Se cumple un siglo de la Revolución Rusa. Es más que un acontecimiento para los historiadores. En aquel octubre de 1917, se concentraron buena parte de las tensiones sociales, políticas y culturales acumuladas durante el siglo XIX, y se presentaron buena parte de las que barrerían Europa y el mundo en las décadas siguientes, a lo largo del siglo XX.
Tantas ilusiones... tal desastre.
Un ideal con pretensiones científicas, sometido a la prueba de la realidad.
Recuerdo un chiste amargo con el que los propios rusos contaban la historia de su revolución:
Un tren atraviesa la URSS. De pronto, se detiene. El maquinista corre a un vagón:
─Camara Vladímir Ilich, los blancos han cortado la vía férrea, el tren no puede seguir avanzando, ¿qué hacemos?
Lenin conserva la sangre fría, se recoge las mangas de la camisa:
─Vamos, camaradas, todos al trabajo, armémonos de palas y de picos y reconstruyamos todos juntos la vía férrea. Que los blancos sepan que no nos dejamos amedrentar.
Todos se pertrechan y se ponen a trabajar cantando y, poco después, el tren reinicia su marcha.
Atraviesa la llanura rusa, durante días y noches, y luego vuelve a detenerse, lejos de cualquier estación. El maquinista, pálido, acude al vagón:
─Camarada Iósif Vissariónovich, la vía férrea está cortada, los contrarrevolucionarios han pasado por aquí, ¿qué hacemos?
Stalin no duda:
─Hay traidores entre nosotros. Que sean fusilados en el acto la mitad de los pasajeros; en cuanto a los otros, que les pongan la camisa a rayas y que se pongan a trabajar hasta que la vía férrea haya sido reconstruida. No importan los medios.
Así se hace en el acto. El tren retoma su marcha, atraviesa bosques blanqueados por la nieve, la taiga, y de nuevo el maquinista ve ante él que los raíles están cortados. Esta vez, piensa, mis minutos están contados, pero qué otra cosa puedo hacer. Y empapado en sudor frío, se presenta en un vagón:
─Camarada Nikita Sergueiévich, no todos los enemigos de la revolución han muerto; la vía ha sido saboteada de nuevo, no podemos proseguir nuestra marcha.
─No hay problema, camarada maquinista: tomemos los raíles que se encuentran detrás de nosotros, póngamoslos de nuevo delante y así podremos avanzar, mejor o peor.
Y a lo largo de muchos kilómetros, los raíles se levantan, se desplazan, y el tren sigue rodando.
Demasiado bonito para que durase: algún tiempo después, el maquinista frena con un chirrido terrible; helado de miedo, se presenta en un vagón:
─Camarada Leónidas Illich, no me creerá usted, pero le aseguro que es cierto: los antisoviéticos y los imperialistas han vuelto a cortar la vía. ¿Qué hacemos?
─Qué contratiempo, responde Brezhnev, pero no las arreglaremos: que bajen las cortinas de todos los compartimentos y que de vez en cuando se sacudan los vagones para que todo el mundo tenga la impresión de que seguimos avanzando...
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Traducido del libro Rue du Prolétaire Rouge, de Nina et Jean Kéhayan (Éditions du Seuil, 1978).
Lenin (1870-1924) |
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