Senderos de gloria, en Amazon |
La novela, escrita y publicada en la década de los treinta del siglo XX, había sido un inmediato éxito literario en Estados Unidos (aunque no un éxito de ventas). Aún no se preveía la Segunda Guerra Mundial; eran tiempos de apaciguamiento. Como he contado en un artículo, Senderos de gloria forma parte, junto con El diablo en el cuerpo, de Radiguet, Las aventuras del buen soldado Svejk, de Hasek, o Johnny cogió su fusil, de Trumbo, del grupo de narraciones que tras la carnicería de la Gran Guerra europea (1914-1918) conformaron una visión diferente de la guerra y, consciente o inconscientemente, contribuyeron a cambiar las fuentes de legitimación de los conflictos bélicos.
El lector encontrará muchas diferencias entre la novela y la película. Para empezar, la colina que los soldados deben tomar se llama en una el Grano, y en la otra el Hormiguero. El papel interpretado por Kirk Douglas en la película no tiene una correspondencia en la novela. Stanley Kubrick y su equipo de guionistas optaron por reunir varios personajes en uno solo. El resultado es cinematográficamente muy eficiente; tiene como consecuencia psicológica el levantamiento de un héroe contemporáneo, que es un buen soldado y un hombre justo. No existe tal consuelo en la novela: cada gesto, cada buena intención de un soldado, de un abogado, queda aplastada por una maquinaria ciega que en primer lugar sirve a la propia estructura y a los intereses de quienes la patrimonializan. El hombre más sensible acabará psicológicamente destrozado, negándose a sí mismo, interiorizando el peso de una crueldad y una injusticia que cae sobre él con la gravedad de lo inevitable.
El comienzo es lento. Humphrey Cobb, como el gran escritor que fue, se tomó su tiempo para ir introduciéndonos en esta tragedia contemporánea. Los soldados avanzan por el paisaje, vuelven sobre sus pasos, escriben cartas a sus esposas, se quejan y meditan. La guerra y el campo de batalla se nos dibujan como un escenario de disolución de las personas sociales, donde los individuos quedan retratados en sus contradicciones y en sus miserias: como ese sargento que acumula rencor contra un soldado más capacitado que él. Hemos querido que esa confusión, ese avance por un paisaje bélico, ese sendero de gloria, quede expresado gráficamente en la cubierta del libro. El soldado que avanza envuelto en una nube de gas tóxico, con la máscara puesta, pudo haber sido uno de los atacantes del Grano, aunque, en honor a la verdad, sólo pudo haber sido un defensor, pues su indumentaria delata a un soldado alemán. No podemos decir que sea lo mismo ni que dé igual. Más bien deberíamos decir que somos los mismos: a uno y otro lado de la línea imaginaria de combate, los mismos senderos de gloria, las mismas vidas sacrificadas en el altar de los grandes intereses y las grandes mentiras.
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