Por entonces, Juan Ignacio Ferreras era un lector voraz, menudo de estatura y con esa arrogancia del adolescente que aún no se ha puesto a prueba, seguro de su inteligencia. Camilo José Cela, en cambio, ya había publicado La familia de Pascual Duarte. Era un escritor joven y más que prometedor, bien arropado por las instituciones de los vencedores, en las que ejercería durante una temporada el cargo de censor, aunque eso tampoco le libraría a su vez de rendir cuentas ante la censura gubernamental.
La anécdota me la contó una persona muy cercana a Juan Ignacio Ferreras. La familia la recordaba con una sonrisa. Debió de suceder en el piso familiar en Madrid.
Camilo José Cela, condescendiente, había aceptado jugar con el "chaval" una partida de ajedrez. ¿Quién jugaba con blancas? Pero en poco más de quince minutos, la posición de Cela era insostenible. Ambos estaban centrados, con las cabezas inclinadas sobre el tablero. La calva de Cela ya clareaba, Ferreras conservaría siempre su espesa mata de pelo. Varias personas atendían a la partida con interés. Cela llevaba uno, dos minutos sin mover piezas.
"Jodido chaval", masculló Cela.
De pronto, Camilo José Cela se puso en pie. Las patas de la silla habían retrocedido, arrastrándose por las baldosas. De un manotazo, Cela había derribado las figuras. Un peón cayó al suelo. Juan Ignacio Ferreras, aún con los codos en la mesa, levantó los ojos hacia el futuro Premio Nobel.
Juan Ignacio Ferreras, autor de la novela Calle, incluida en la primera trilogía de la novela de novelas Laberinto |
Adendas de un debate
Había interrumpido mi narración en el momento en que Camilo José Cela abandona la partida de ajedrez, se levanta arrastrando la silla y de un manotazo derriba las piezas. El joven Juan Ignacio Ferreras, aún con los codos en la mesa, alza los ojos y mira al futuro Premio Nobel...
1. Cela y el éxito
Camilo José Cela, como el propio Juan Ignacio Ferreras escribe en su Historia de la novela en España, fue un buen escritor... Su librito Viaje a la Alcarria se sigue leyendo con placer, como un documento, a veces cruel, de la triste España rural de la época. Y estuvo en todas las renovaciones formales de la segunda mitad del siglo XX. Pero no fue un gran escritor. Sus novelas no funcionan narrativamente. Ni La familia de Pascual Duarte, ni desde luego Cristo versus Arizona, ni siquiera La colmena, la mejor de todas ellas, que tiene páginas brillantes. El éxito de Camilo José Cela sólo se explica en el caldo de embrutecimiento cultural auspiciado por el régimen verticalista del general Franco. Por su cercanía al poder antes y después de la muerte del dictador. Y por la simpatía que despertó no tanto entre los lectores como entre los televidentes, que confundieron los aires de importancia con lo importante, las sartas de palabrotas con los matices del idioma, y la provocación zafia con la inteligencia.
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2. La familia de Pascual Duarte
Camilo José Cela era un estupendo prosista, uno más entre los cientos de estupendos prosistas en español en el siglo XX. Pero una novela no es un mero ejercicio de redacción. Es una nueva realidad, poblada de personajes en conflicto y de sucesos. Para levantarla y que resulte convincente, hay que empatizar con los personajes. Cela no podía. El mayor defecto de La familia de Pascual Duarte reside en la que debió ser su mayor virtud, la veracidad de una narración en primera persona, que además es una confesión, como la de Moll Flanders, el personaje de Daniel Defoe. Hay en La familia de Pascual Duarte una falta de credibilidad, de sintonía entre el qué y el cómo, el desequilibrio común en ese grupo de escritores de los años cuarenta cuyas obras fueron maquilladas con el término de "tremendismo". El propio Cela se dio cuenta de que esto del "tremendismo" era simplemente una tontería: desde Tolstoi hasta Capote, pasando por Pérez Galdós, la gran novela mundial, la de verdad, está llena de sucesos tremendos y de otros más livianos.
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3. Cela cronista, Cela periodista
Estoy de acuerdo con quienes sostienen que el mejor Cela es
el de los libros de viajes. Un buen libro de viajes tiene la facultad de
transmitirnos la extrañeza del extranjero ante un paisaje. El gran hallazgo en
su primer Viaje a la Alcarria fue jugar con la oposición entre la
expectativa creada y la consiguiente frustración. En la humilde comarca situada a unas decenas de kilómetros de Madrid, el
protagonista no fue el paisaje, ni la extrañeza, sino el propio viajero: Cela, su
único personaje. De aquí surgió un tipo de humor. En su Viaje al Pirineo de Lérida, casi veinte años
después, su estilo ya se había amanerado. Fue un proceso sin vuelta atrás. Su
escritura se institucionalizó, ahogando su libertad creativa. He releído
algunos de sus breves artículos de la serie A Bote Pronto, publicados en
la prensa diaria en los años ochenta. Un autor agotado, que debe hacer gratuitos malabares con el
léxico. Él lo sentía y lo sabía: «El cansancio, como
la fatiga, el aburrimiento o el desamor, es carne de puñalada que se presenta
en cueros y sin avisar», se despidió de sus lectores. Sí, en el primer viaje estaban la frescura,
los apuntes del natural, la madera que habría permitido a Cela convertirse en
un gran escritor.
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4. La sombra de Cela
Se ha dicho que Camilo José Cela es el escritor español más
influyente del siglo XX.
Sé que en los textos anteriores he hecho varias afirmaciones
discutibles.
He escrito que su estilo se fue amanerando con los años, que
sus novelas no funcionan narrativamente, que él mismo fue su único personaje y
que su éxito se debía a su cercanía al poder y a la publicidad, no a la calidad de su obra.
¿Es amanerada la prosa actual española? ¿No funcionan narrativamente nuestras
novelas? ¿Somos los escritores nuestros únicos personajes? ¿Nuestro éxito se
debe a nuestra cercanía al poder y a nuestra gestión de la publicidad?
Ramiro Pinilla, Agustín García Calvo, el propio Juan Ignacio
Ferreras… todos ellos formaban parte de su misma generación, todos ellos mejores escritores que él. Cinco horas con
Mario, una novela sencilla y extraordinaria de Miguel Delibes. Cada escritor sabe cuáles son las influencias presentes en sus obras. También yo me fui distanciando de Cela al concluir el bachillerato, donde era lectura obligatoria.
El dictamen lo hizo una amiga mía en una caseta de la Feria
del Libro de Madrid: «Cela fue el primer escritor español que entendió la
importancia de la publicidad». Añadió que el «paroxismo» lo alcanzó en su Nuevo viaje a La Alcarria, que hizo en limusina con una choferesa de uniforme al volante.
La prueba de que mi amiga tiene razón es que seguimos hablando
más de Cela que de sus obras.
Después de la partida de ajedrez
Había interrumpido mi narración en el momento en que Camilo José Cela abandona la partida de ajedrez, se levanta arrastrando la silla y de un manotazo derriba las piezas. El joven Juan Ignacio Ferreras, aún con los codos en la mesa, alza los ojos y mira al futuro Premio Nobel...
(continuará)