Ayer, la segunda
cadena de la televisión pública española (la 2) nos sorprendió con una película
en blanco y negro del año 1942. No diré el título ni el director, porque ni vi el
principio ni me quedé a los títulos de crédito, la información del teletexto
era incompleta y, en las parrillas de televisión que he consultado, la película
no aparece programada.
Debe de haber
muchas películas como ésta en los archivos de TVE: baratas, sosas,
prescindibles. La escena que vi describía la visita de un actor estirado a la
casa de un par de actrices incómodas, que aceptaban esconderlo en la buhardilla
de su casa. Digo “actores” y no “personajes” porque hay películas en las que
los actores no dejan de ser actores, los decorados decorados, y los guiones
guiones.
Uno se pregunta cuál
es el propósito de los responsables de una cadena de televisión al emitir una
película mala de hace más de setenta años. Las obras cinematográficas, como las
literarias, si después de un tiempo no se sostienen por sus valores artísticos,
sólo pueden tener un interés documental. No siempre por el mundo que reflejan,
sino por la visión que imponen a la realidad. Bastan a menudo cinco minutos para
decidir si una película es la expresión de una inquietud artística individual o
la de una mera ideología. En este caso, además, poco cabe esperar de la
industria cinematográfica española de la época, en el contexto de la época: cárceles
llenas de presos de la guerra civil, los aliados intentando resistir el avance
de los ejércitos de Hitler… Un año antes, en 1941, Franco había estrenado su
película Raza.
Como he dicho antes,
estas obras pueden tener un gran valor documental, como documento de la ideología
del gobierno, si se emiten con una introducción crítica que permita
contextualizar la obra. Quién la dirigió, quién la produjo, cuándo, cómo era entonces
España. El cine pasa a ser así un objeto de estudio histórico, más que una obra
de arte. Analizando críticamente viejas obras tendenciosas, el espectador podría
aprender a defenderse de las nuevas. Es posible que los responsables de la
programación aportaran esta información al espectador ayer, así que no voy a
sospechar lo contrario.
También es posible
que la decisión fuera simplemente económica. Hay poco dinero para producir o
emitir programas de calidad, y echar mano de viejas películas malas ahorra
costes, por más que tampoco enriquezca a los espectadores.
Hay otras opciones
de programaciones baratas, por ejemplo entrevistar a pintores, catedráticos,
filósofos, críticos literarios… Con cuatro buenos escritores, un par de cámaras
y poco más, podría organizarse un debate interesante… (si no son de los que se ponen a hablar de cuántos ejemplares han vendido). No resultaría mucho más
caro que la emisión de una película del 42, y la cadena pública no perdería
mucha más audiencia. Quizá fuera incluso un método más eficaz de estímulo de la
lectura que esas absurdas campañas de mercadotecnia institucional, donde se
confunde leer con tomar un refresco.
Pasemos página: la
literatura no interesa a las instituciones; no interesa la imaginación, ni la
crítica, ni el pensamiento. No me voy a molestar en hablar de la película que a
base de telediarios se nos ha impuesto de moda.