A bote pronto: El aforismo y las ocurrencias
El escritor de aforismos es un gran optimista, que alberga la ilusión de encontrar un lector curioso, inteligente y con tiempo que dedicar para esclarecer una frase. Es un humanista, en el sentido de que confía en la razón humana, ese instrumento hecho de lenguaje, más que en la razón universal, ese objeto imaginario de entidades ideales, cuya existencia nadie ha demostrado.
Se dice (lo recoge la Wikipedia) que gracias a los servicios de microblogging el aforismo está viviendo un inesperado renacimiento. El editor de este artículo de la Wikipedia sería un optimista de otro tipo: la realidad es que ese aforismo acaba de ser desplazado de la ventana del ordenador o de la minipantalla del móvil por una decena de ocurrencias.
Uno de los más decisivos libros de filosofía del siglo XX es un libro de aforismos, el Tractatus, de Wittgenstein. Y Nietzsche, uno de los más brillantes filósofos del siglo XIX, escribió casi todos sus libros en estilo aforístico.
A diferencia de un ensayo argumentativo, el aforismo no busca persuadir. Incita, promueve, apela. Su racionalidad no descarta el sentimiento ni la emoción, sino que los modula y canaliza. Su narración se construye casi a espasmos, en compañía de otros aforismos, con los cuales dialoga y entra en conflicto. Es sistemático, en el sentido de que sólo cobra pleno sentido en su sistema, que resuelve tales conflictos. Y es peligroso, en el sentido de que, cambiado de contexto, el aforismo puede adquirir significados ajenos, incluso contrarios, al sistema en el que su autor lo concibió.
El filósofo y el poeta escriben aforismos porque tienen un sistema, una cosmovisión. Cada aforismo sería una pieza de un gran puzle que el lector debe completar. Pero si el autor de aforismos no encuentra lectores es porque, quizá, no ha aportado el esbozo del conjunto, su mapa del tesoro, o porque su botella al mar no ha varado en la playa adecuada, por donde pasea ese lector curioso, inteligente y con tiempo: un lector con un mapa intelectual en la cabeza y capaz de ordenar en su propio relato esas piezas dispersas, indescifrables.
"El hombre es la medida de todas las cosas, de las que son en cuanto que son, de las que no son en cuanto que no son". (Protágoras)