Las palomitas, tomadas a puñados directamente de la plancha, recién hechas, sabían mejor que las de bolsa. El paisaje ha cambiado mucho en veinte años. Entonces no existían estos chalés pareados con jardincitos y piscina. Las familias de veraneantes improvisaban campamentos en la costa. Iban levantando sus tiendas con un armazón de hierros y telas. Traían cocinas de butano, borriquetes y tablas, sillas plegables, y dormían en sacos de montaña sobre los colchones. De día la temperatura superaba los cuarenta grados, pero el relente enfriaba las noches. Sólo se disponía de una fuente de agua potable, así que desde primera hora de la mañana iba formándose una cola de gente con bidones y cubos.El relato completo está incluido en el volumen Aurora
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