Ahora que todo había pasado, Juan pensó que la culpa había sido del mono.
Él seguía sentado con los ojos cerrados (no quería ver, no quería escuchar, apretaba los labios), pero casi todo el sofá lo ocupaba el cadáver de Clara, que tenía ambas manos entre las piernas, como si quisiera taparse el sexo.
El relato completo está incluido en el volumen Aurora
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