Esa noche José no podía dormir. Hacía ya mucho rato que permanecía tumbado boca abajo, sin cambiar de posición ni mover un solo músculo, los ojos abiertos en la penumbra. Hacía calor, mucho calor, y sentía gotas de sudor en el cuello, el pecho y las ingles; una sensación que no suavizaba la brisa, muy ligera, que a veces entraba por la ventana alterando apenas los pliegues de la cortina.El relato completo está incluido en el volumen Aurora
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