El historiador Juan Pablo Fusi publicó la semana pasada en un importante diario de Madrid el artículo titulado "Literatura para una crisis", acerca de la narrativa realista de los años treinta del pasado siglo XX. El Crack de 1929 no pudo dejar de afectar a la conciencia del mundo occidental. Explica Fusi que fue en el mundo anglosajón donde, en el caldo de la crisis económica, la literatura produjo sus mejores piezas, y donde el debate sobre la crisis económica "se planteó en términos teóricos y políticos prácticos, realistas y concretos".
Aún recuerdo cuando hace muy pocos años se despreciaba la literatura realista, tachándola de literatura "gris" o confundiéndola (Francisco Umbral), sin ningún rigor y sin derecho a réplica, con el mero costumbrismo. ¿Es el contexto actual una nueva oportunidad para el realismo?
La depresión en que se sumieron las economías capitalistas, sumada al drama de la Primera Guerra Mundial y a las tensiones sociales crecientes, vino a poner el punto y aparte a la fe en la máquina y el progreso que había sido el aliento cultural del siglo XIX (esa misma fe de la que la revolución Soviética pareció recoger el testigo, prolongándolo durante unas décadas). Escritores como el británico Orwell (el ensayo testimonial El camino de Wigen Pier) o el californiano Steinbeck (Las uvas de la ira) redescubrieron las posibilidades del realismo y crearon obras de gran calado, enraizadas en los problemas cotidianos de la gente corriente y en su forma de percibir el mundo y de sentirse. La línea realista anglosajona ha tenido continuadores; sin embargo, el tono y el eje de interés han ido cambiando: el relato psicosocial A sangre fría, de Truman Capote; los cuentos amargos y fríos de Raymond Carver, transitados por personajes que se intuyen condenados a la frustración y a esa pereza que nace de la falta de confianza. ¿Acaso no están anticipando ya una crisis profunda de confianza en su entorno, un fin de ciclo, una desilusión?
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