En decenas de localidades en las que tradicionalmente se celebraba san Isidro Labrador cada 15 de mayo, la costumbre, que es la inercia de la conducta, establece que haya casetas de feria y puestos de churros y coches de choque, aunque la festividad ya no sea oficial. Es algo así como una media festividad. Algunos comercios y empresas cierran por la tarde. Algunos también han cerrado por la mañana. La víspera a medianoche, unos fuegos artificiales metieron ruido y mancharon el cielo con luces y nubecillas de pólvora.
Al atardecer damos un paseo por la feria. Aún no hay nadie. La churrera de bata blanca, acodada en el mostrador, se espanta la mosca que le rondaba junto a la nariz, luego vuelve a hundir la barbilla en la palma de la mano; el vocero de la tómbola, al vernos pasar, se aclara la garganta y nos anuncia el próximo sorteo de una muñeca; y en los coches de choque uno de los feriantes, con las rodillas a la altura de la cabeza, conduce por la pista de metal con un cigarrillo en la boca. Después de un par de vueltas, se lanza de frente contra el montón de coches aparcados.
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