En la estación

Cruzo las vías por el paso subterráneo, hacia la salida de la estación. Al subir la escalera, un muchacho se pone a mi altura y me pregunta por cierto polígono industrial. "No lo conozco", le digo. "No pasa nada", dice él. Recalco que "no he oído hablar nunca de él". No hay muchos polígonos por los alrededores y creo conocer todos. Vuelve a repetir que "No pasa nada" y añade: "Preguntaré a los autobuseros". Se refiere a los conductores de los autobuses que esperan afuera y que enlazan con los barrios residenciales y los polígonos. Me adelanta, subiendo los últimos peldaños de dos en dos. Antes no le había visto más que de refilón, y ahora puedo observarlo por la espalda. Tendrá unos veinte años. Es alto, de complexión atlética. Viste pantalones vaqueros caídos, con grandes bolsillos tachonados, y una camisa color salmón. Lleva el pelo corto, con una de esas minicoletas en la nuca que los peluqueros llaman "espolón" o "aguijón". El sol cae a plomo sobre la estación a esta hora de la tarde. Hacía tiempo que no oía esta expresión: "Autobuseros". Pienso que será su primer día de contrato en una nave de distribución o en un taller. O quizás sólo acuda a una entrevista de trabajo.