Un golpe de suerte

Desde hace años, abandono las películas cuando no me despiertan el suficiente interés. Me levanto del sofá, si estoy en casa, o me escabullo a oscuras de la sala de cine ("perdón, perdón"), alterando a toda una fila de butacas, para reunirme con los que fuman un cigarrillo en el vestíbulo vacío o se refugian en algún bar cercano, a la espera de que termine la sesión. En este segundo caso, la decepción tiene el perjuicio añadido del precio pagado por la entrada.
¿Por qué ahora no tengo paciencia para resistir lo que antes me consideraba obligado a ver?
La hora de espera a la puerta del cine no suele ser menos aburrida que la película despreciada. El aburrimiento resulta insoportable en la ficción. En cambio, a la "realidad" no sólo se lo consentimos, sino que a veces se lo agradecemos.