La reciente expropiación parcial de Repsol-YPF decretada por el gobierno argentino nos devuelve a la vieja dinámica privatización-nacionalización. La fórmula de la nacionalización, que gobiernos de todo signo político han aplicado a lo largo de los dos últimos siglos a conveniencia, sobre todo cuando las empresas privadas atravesaban dificultades, había sido proscrita por el neoliberalismo hegemónico. Sólo a quien desconoce la historia le sorprende que tal medida haya sido llevada a cabo por un gobierno de derechas. La nacionalización, considerada en bruto, si no se acompaña de otros cambios en la gestión y en el reparto de los beneficios, no sólo monetarios, apela al ideario nacionalista. ¿Existe una tercera fórmula? Sí. Una socialización que desvinculara capital inversor de capital social permitiría el flujo internacional de capital y al mismo tiempo lo apartaría de la propiedad y la gestión. Sobre esta simple base, potenciando un modelo de economía más complejo, atento al mérito y a la equidad, que erradique convertir la inversión inicial en una renta fija privilegiada, todos saldríamos ganando. Otros, con más conocimientos que yo, lo han dicho antes y mejor. Yo me limito a dejar constancia.
Qué triste que volvamos a tropezar en las mismas piedras y a oír los mismos ruidos de sables... o de carteras.
