El arte vano

El arte vano.
Más de cincuenta años después de su estreno, lo más desconcertante de la obra de piano 4:33, de John Cage, es la actitud del público. Su aplauso final nos da la pista definitiva para entender el juego planteado por el arte de vanguardia de la segunda mitad del siglo XX, del cual esta obra es un ejemplo extremo. En la cultura del espectáculo, el espectador dota de sentido al espectáculo. Sabemos que John Cage no precisó de esforzados ensayos de su famosa pieza en la soledad de su estudio. Pero en la sala de conciertos, los simples gestos de sentarse en la butaca y alzar el brazo, o bajar la tapa del piano y colocar sobre ella su reloj de bolsillo, parecieron seducir a un público dispuesto a cumplir dócilmente su papel de protagonista en este juego silencioso. Con esta obra, el pianista inerte rompe la primera regla del arte, la sustancia, y desvela otra: el factor escénico. Sea en una sala de conciertos o en un gran museo institucional, el lugar y el discurso envolvente condicionan la ética del público, que interioriza una propuesta cuyo valor supremo es la mera escenificación. Borrados el entorno y el contexto, este arte vano desaparecería, como una nuez sin semilla o una máscara sin rostro.