A causa de la huelga de transporte, Alberto tuvo que volver andando a casa aquella tarde. Había estado como un pasmarote varios minutos en la parada del autobús, hasta que alguien le advirtió de su despiste. Confuso, dio las gracias y echó a andar calle abajo. No le apetecía caminar; le dolían los pies (los zapatos le apretaban demasiado), y después de ocho horas en la oficina, caminar era realmente lo último que uno deseaba.
El relato completo está incluido en el volumen Aurora
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