Novelas Plurales

Novelas Plurales: La alambrada, Olga y la ciudad, Actores sin papel, Noticias del fin del mundo.

«Mientras algunos se obstinan en destruir, unos pocos nos empeñamos en seguir creando»

24 de diciembre de 2012

'Viento en los oídos'


(principio de la novela Viento en los oídos)

1
Años antes de que yo naciera, mi tío Isidro fue llamado a filas para defender a tiros las últimas posesiones del imperio.
Decenas de miles de hijos del emperador fueron reclutados en las vastas tierras del interior y enviados a las lejanas colonias de ultramar. Los pastores dijeron adiós a sus montañas y a sus perros, los campesinos abandonaron el arado y los bueyes, los golfillos se despidieron de las billeteras y las comisarías. «Restaurar el honor mancillado de nuestro pueblo». «Proteger los logros de la civilización». Desde la gloriosa época de la conquista, ninguna generación gozó como ellos de la oportunidad de dar su sangre por causas tan elevadas.
Después de un viaje en vagones de tren que duró días y de un viaje en bodegas de barco que duró semanas, arribaron a un luminoso puerto del trópico. Los edificios blancos resplandecían al sol. En la bocana, flanqueada por dos garitas vigía, se enseñoreaban los trapos coloreados de nuestra patria. Por entre las almenas de las murallas asomaban los cañones de bronce bruñido. Posados en ellos, unos pajarones desgarbados y gibosos, de plumas verdes y pico negro, escrutaban la espuma de las olas y emitían un incesante «ñac-ñac».
Los reclutas formaron en la plaza y se les ordenó que dejaran la ropa en las losas. Les lavaron el vómito del barco a baldazo limpio, con un agua de mar tan salada y tan caliente que desinfectaba las heridas y reblandecía los callos de los pies. Les cortaron el pelo al cero y los médicos comprobaron que todos tenían la dentadura completa y dos testículos, y cinco dedos en cada mano y en cada pie. Así, tal como vinieron al mundo, entraban ahora en el Mundo Nuevo. Y para que fueran por completo unos hombres nuevos, les entregaron una gorra de plato, una blusa y un pantalón, un cinto de caña trenzada, un par de botas, una pastilla de jabón y diez céntimos para tabaco.
Lo cierto es que, a la hora de la verdad, mi tío Isidro no pegó un solo tiro en ultramar. Fuera porque a él le bastaba con una zancada donde los demás necesitaban marcar dos pasos, fuera porque no había gorra que encajase en su cabeza ni botas que lo hicieran en su pies, le eximieron de la instrucción y le destinaron a una expuesta posición de la costa. Se encontraba el promontorio a toda una mañana de camino en chanclas por una senda acosada por una vegetación feraz que impedía ver el cielo, con flores hermosas y de olor nauseabundo en cuyos cálices libaban insectos del tamaño de un puño. Desde la altura rocosa se dominaba el paso navegable de dos leguas de ancho hasta un islote chato, y a sus pies dormía una cala de aguas de cristal. Lo dejaron solo, con un fusil en los brazos y dos balas en el cargador. Una para avisar a sus amigos, la otra para amedrentar a sus enemigos. Pasó la primera tarde con la vista fija en la línea breve del islote. La primera noche se emborrachó con el fulgor de las estrellas y la fragancia del mar. Por la mañana, el sol tiñó las aguas de amarillo y caldeó la arena de la playa, y al mediodía, aún no había llegado el relevo. Pasaron otra tarde, otra noche, otra mañana y de nuevo otra tarde, y a la tercera noche mi tío se dejó vencer por el sueño. Lo despertó un estruendo lejano. Aún estaban las estrellas altas en el firmamento, y muy lejos, tras un cabo, asomaba el resplandor de un incendio. Los días siguientes, la marea fue depositando en la cala restos de soldados. Pero a saber si se trataba de amigos o de enemigos, porque primero los ñac-ñac, que se lanzaban en picado sobre las aguas, y después los pececillos, que asaeteaban desde abajo, apuraban y rebañaban los huesos hasta dejarlos blanquísimos.
...
Principio de Viento en los oídos, de José Marzo