Una luminosa mañana a finales del invierno, sentada en la última fila del autobús, Laura cerró los ojos e imaginó que, con una mano, la derecha, estiraba y bajaba el escote hasta mostrar un pecho, mientras que con la otra mano, la izquierda, lo sostenía alzado. Era una teta blanca, cremosa, un pedazo de mantequilla con la areola rosa y el pezón erecto.El relato completo está incluido en el volumen Aurora
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