Una cigüeña

Esta tarde hemos visto una cigüeña. Nos habíamos sentado junto a un olivo a contemplar el paisaje, los ciento ochenta grados de cielo de este paisaje, que sólo un ojo de pez puede abarcar. La cigüeña volaba hacia el sur, cuando en su camino se interpuso la línea eléctrica de alta tensión. Las torres y los cables cortan el campo como una trinchera aérea. En las horas en los que el consumo de electricidad es elevado, al pasar bajo ella se escucha un crepitar. Sólo en fines de semana, cuando la población de Madrid se muda a la playa, la red guarda silencio. Al oír el runrún persistente, tiene uno la sensación de que los electrones bullen en su cabeza.
La cigüeña, a cien metros de nosotros, giró a su izquierda para eludir los cables. Era un pájaro magnífico y solitario, que se desplazaba con aletadas parsimoniosas. Remontó el vuelo unas decenas de metros, hacia el norte, y después de unos segundos encaró de nuevo hacia el sur, superando esta vez la red de alta tensión. Luego siguió avanzando en línea casi recta, perdiendo progresivamente altura, hacia las plantaciones de la vega.