Tras la barra

A fuerza de no ser saludada por los clientes del bar, Estrella ha acabado por no saludar a los pocos que sí saludan al entrar en el local y acercarse a la barra para pedir la consumición. Es de mediana estatura, tiene las mejillas salpicadas de pecas, el pelo pajizo le cae ondulado hasta los hombros. Entre la clientela, se ha ganado reputación de seca. Si fuera guapa, no la considerarían "seca", sino simplemente "guapa". La vida se parece unas veces a un embudo y otras al juego de la oca, nos dice sonriendo. Parece arrastrarte hacia el agujero, hasta que se hace tan estrecho que no puedes ni caer más abajo ni sacar los brazos para escapar. Al juego de la oca se parece en que los dados o te hacen avanzar tres casillas o te devuelven al comienzo del tablero, adonde nunca querrías volver. Cada minuto que pasa, Estrella va mejorando la metáfora. "Voy afinando la chorrada", son sus palabras. En la adolescencia ayudaba por las tardes en el negocio familiar. Cuando terminó los estudios universitarios, se prometió que nunca volvería a trabajar en este bar de barrio donde ha visto consumirse la salud de sus padres. A los treinta y tantos años, después de media docena de empleos y un divorcio, un mal golpe de suerte le ha devuelto al otro lado de la barra. "Quién tiene ganas de saludar a los clientes", añade, señalando con un gesto de la cabeza a un grupo de parroquianos enfrascados en sus chatos de vino y la partida de mus.